- Agustín de Argüelles Álvarez (Ribadesella, 18 de agosto de 1776 – Madrid, 26 de marzo de 1844), apodado «el Divino» por su oratoria durante las Cortes de Cádiz, abogado, político y diplomático español, fue presidente de las Cortes en 1841 y tutor de la reina Isabel II.
La voz de este insigne jurista asturiano, nacido en Ribadesella, fue la más vigorosa en las deliberaciones de los constituyentes.
Por encima de los bombazos de los franceses y de los gritos combativos de la población gaditana, el eco de las palabras de Argüelles resuena en la actualidad en su noble afán por moldear con mimbres humanitarios ese sujeto que se asomaba a la posteridad, la nación española.
Las convicciones de Argüelles quedaron claras en sus piadosos alegatos contra dos de las herencias de la España imperial, la esclavitud y la tortura. Existía entonces todavía la figura del tormento, a la que los jueces podían recurrir para arrancar confesión de los sospechosos.
Argüelles dejó claro que una práctica así no podía subsistir porque "repugna a los sentimientos de de humanidad y dulzura que son tan propios de una nación grande", como él entendía que debía ser la española. El artículo 303 de la Constitución recogería la abolición del tormento.
Tuvo menos éxito en su lucha contra la esclavitud, "infame tráfico, opuesto a la pureza y liberalidad de la nación española". No consiguió que la Constitución recogiera sus demandas, pero en las conciencias de sus compañeros de cortes dejó clavadas sus palabras: "Comerciar con la sangre de nuestros hermanos es horrendo, es atroz, es inhumano", denunció. Aunque descartó la manumisión de los esclavos propiedad de las élites coloniales en América. Lo avanzado de su discurso tuvo como límite evitar la colisión frontal con las clases propietarias.
Abocado al exilio con la restauración del absolutismo tras el regreso de Fernando VII, volvió a España para participar en la redacción de la Constitución de 1837. Murió en 1844. Sin duda, merece ser reconocido como uno de los padres del liberalismo español.
Por encima de los bombazos de los franceses y de los gritos combativos de la población gaditana, el eco de las palabras de Argüelles resuena en la actualidad en su noble afán por moldear con mimbres humanitarios ese sujeto que se asomaba a la posteridad, la nación española.
Las convicciones de Argüelles quedaron claras en sus piadosos alegatos contra dos de las herencias de la España imperial, la esclavitud y la tortura. Existía entonces todavía la figura del tormento, a la que los jueces podían recurrir para arrancar confesión de los sospechosos.
Argüelles dejó claro que una práctica así no podía subsistir porque "repugna a los sentimientos de de humanidad y dulzura que son tan propios de una nación grande", como él entendía que debía ser la española. El artículo 303 de la Constitución recogería la abolición del tormento.
Tuvo menos éxito en su lucha contra la esclavitud, "infame tráfico, opuesto a la pureza y liberalidad de la nación española". No consiguió que la Constitución recogiera sus demandas, pero en las conciencias de sus compañeros de cortes dejó clavadas sus palabras: "Comerciar con la sangre de nuestros hermanos es horrendo, es atroz, es inhumano", denunció. Aunque descartó la manumisión de los esclavos propiedad de las élites coloniales en América. Lo avanzado de su discurso tuvo como límite evitar la colisión frontal con las clases propietarias.
Abocado al exilio con la restauración del absolutismo tras el regreso de Fernando VII, volvió a España para participar en la redacción de la Constitución de 1837. Murió en 1844. Sin duda, merece ser reconocido como uno de los padres del liberalismo español.
Agustín de Argüelles, abogado, diplomático y político liberal, participó activamente en la redacción del texto constitucional: Las Cortes de Cádiz, examen histórico de la reforma constitucional que hicieron las Cortes generales y extraordinarias desde... el día 24 de septiembre de 1810 hasta que cerraron... en 14 del propio mes de 1813.
Agustín de Argüelles, el 'Divino' asturiano
por Sofía Sancho
Gaspar Melchor de Jovellanos o el Conde de Toreno fueron asturianos coetáneos de AGUSTÍN DE ARGÜELLES, uno de los padres de la Constitución y nombre ilustre de la política nacional. Tutor de Isabel II, diputado en las Cortes de Cádiz y uno de los autores del discurso preliminar de 'La Pepa', áquel que contenía el verdadero espíritu de la Carta Magna y que firmó junto a Antonio Espiga.
Ribadesella (Asturias) fue el pueblo que vio nacer a Agustín de Argüelles, el 18 de agosto de 1776. Séptimo hijo de una familia de clase media, estudió Cánones y Leyes en la universidad de Oviedo, una de las 10 universidades que, a principios del siglo XIX, se repartían por el territorio español. Recién salido de la institución académica, Jovellanos quiso contar con él para un viaje a la corte rusa encargado por Godoy, que nunca llegó a realizar ya que el autor de 'El delincuente honrado' fue nombrado Ministro de Gracia y Justicia. En ese momento, Argüelles comenzó a trabajar para el obispo de Barcelona, el también asturiano Pedro Díaz Valdés.
Con el comienzo del siglo XIX, Argüelles comenzó su andadura como funcionario en Madrid. Destacó entonces en la Secretaría de Interpretación de Lenguas por su conocimiento del inglés y viajó a Londres para gestionar una alianza en contra de Napoleón, periplo que aprovechó para hacer algunas de las relaciones a las que recurriría cuando marchó al exilio. En la capital británica se encontró con otros compatriotas, como el Conde de Toreno, junto al que forjó una amistad tan duradera que se postergó para el recuerdo en la Historia de España.
Mientras Argüelles se aficionaba al té de las cinco, en España comenzaban a arder los cañones. En mayo y junio de 1808, se produjeron los primeros levantamientos contra el invasor francés. El pueblo español esperaba el regreso del asturiano con refuerzos ingleses. Nada más lejos de la realidad, puesto que Argüelles fracasó en su empresa y llegó con las manos vacías. Fue nombrado secretario de la Junta de Legislación en Sevilla, cuyos acuerdos fueron los precedentes de los decretos de las Cortes y del proyecto constitucional. Entre el avance de las tropas napoleónicas y la resistencia de las nacionales, la Constitución empezaba a gestarse y Argüelles era una de las cabezas visibles de su elaboración.
Argüelles y los de su grupo presionaron con folletos, manifestaciones callejeras, bandos y, de forma oficial, se reunieron con Fernando VII para requerir la convocatoria inmediata de las Cortes. Una vez formadas por primera vez, en la Isla de León en septiembre de 1810, el asturiano empezó a sobresalir por sus discursos. Apodado 'el Divino', Argüelles tuvo fama de buen orador, aunque desordenado y poco profundo. "Suplía en él la vehemencia de los afectos al vigor de los raciocinios", decía un moderado. Demostró gran capacidad de liderazgo y quiso convertirse en adalid de los liberales en las Cortes.
Tras el golpe de estado perpetrado por Fernando VII en mayo de 1814, Argüelles fue perseguido, al igual que otros muchos liberales. Tras seis años preso en cárceles de Ceuta y Mallorca, a mediados de marzo de 1820 fue liberado por una amnistía para los presos políticos. Llegó a Valencia el 6 de mayo, donde fue recibido como un héroe.
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Sería en 1833, con la regente María Cristina y la amnistía a los exiliados, cuando Argüelles volvió a las Cortes, pero esta vez en un segundo plano (como auxiliar). Participó en la redacción de la Constitución de 1837 y fue diputado de todas las legislaturas hasta que en 1841 fue nombrado presidente del Congreso y, años después, tutor de la reina Isabel II.
El 23 de marzo de 1844 Agustín de Argüelles falleció en Madrid sin haber podido regresar a su pueblo natal, Ribadesella. Murió rodeado de austeridad, tal y como había vivido, y a su entierro asistieron todas las facciones políticas.
Eduardo Asquerino, progresista, diputado en las Cortes, senador por Valencia, Cádiz e Islas Baleares, director de 'El Universal' y de 'La América' y hermano del también escritor Eusebio Asquerino honraba con sus palabras a Argüelles:
"Aunque tu aliento a su rigor sucumba, te hicieron inmortal gloriosos hechos: flores han de sobrar sobre tu tumba, mientras respiren liberales pechos".